Cinco templos y un volcán

Fecha:

En la cadena de montañas del volcán Chichón una ruta lleva a varias iglesias que dieron refugio cuando la erupción 

 

Lo que está por caer esta tarde aquí en Naranjo es la lluvia que se acerca embravecida desde las altas montañas en uno de los flancos del pueblito zoque.

Aquí cae la lluvia, de repente –advierte un niño, quien apura a sus compañeros de juego para marcharse cada quien a su casa. 

 

Y empiezan a caer goterones, como si la lluvia obedeciera a la voz del niño que ya ha escapado junto con los compañeros a casa y han dejado libre el atrio de la Iglesia de Esquipulas que con sus tres torres ocupa la parte del centro de Naranjo, una de las comunidades del municipio de Francisco León que sufrió las erupciones del volcán Chichón en marzo y abril de 1982 en el noroeste de Chiapas.

Se arrecia la lluvia y se apura la noche. Oscurece. La profusa lluvia golpea implacable en los techos de láminas de cinc de las casas, en el domo de la cancha de básquetbol y en el techo del mismo templo católico que aquella noche del 28 de marzo resistió la caída de arena del volcán mientras toda la comunidad de niñas, niños, jóvenes, mujeres y hombres adultos y abuelas y abuelos se aferraban a la esperanza y la fe de salvar sus vidas entre sus paredes, mientras la tierra no dejaba de sacudirse a cada estruendo o estallido.

Había llantos, había rezos. Había miedo generalizado.

Las comunidades, asentadas en los bosques y selvas, casi todas sin vías carreteras, al igual que Naranjo fundada en la meseta de una colina que se levanta entre dos ríos, estaban bajo la caía de todo lo que en ese momento estaba expulsando, incluidos gases piroclásticos que esa misma noche acabaron con los asentamientos muy cercanos al volcán, una de las alturas que es parte de una cadena de montañas con la que estaban tan familiarizadas, y los lugares más seguros que encontraron para refugiarse fueron los templos católicos, mismos que son antiguas construcciones de anchas paredes hechas de piedras de ríos.

Cuando llegó la breve calma del volcán, la gente de Naranjo aguardó al interior del templo mientras se enfriaba  la arena que había tirado chozas, rellenado arroyos, contaminado el agua para beber. Desde la puerta principal, algunas personas observaban un campo devastado que blanqueaba a lo lejos pese a la compacta oscuridad que se trizaba a cada relampagueo en el cielo.

Aquí en Naranjo, salvo para aquellos que llegaron a pensar que tras esa primera erupción el Chichón ya no estallaría de vuelta y decidieron quedarse para limpiar o reconstruir la casa y reiniciar con las actividades del campo,  o para aquellos que venían huyendo de lejos y les faltaba un trayecto para ponerse fuera del alcance y se quedaron a tomar un descanso ante las dificultades que representaba huir en una zona recubierta de arena suelta y árboles caídos, hubo tiempo para ponerse a salvo.

La siguiente erupción más fuerte que tuvo el volcán en esos días, con alcances con materiales piroclásticos a varias comunidades, calcinó a todo lo que encontró a varios kilómetros a la redonda. Naranjo quedó bajo fuego. Alguien, quien en la tarde del día de la erupción abandonó la comunidad y apenas estaba encumbrando una lejana montaña cuando el volcán arrojó fuego, trató de describir en la madrugada siguiente lo que nunca antes la gente del pueblo había visto: “Se oyó un crujido bajo la tierra y un estallido en el cielo; el fuego a gran altura se abrió como un abanico  y en un destello cubrió todo; vino un huracán quebrando y arrancando árboles; luego todo quedó en silencio”. En esa erupción, el templo de Esquipulas perdió una de sus torres.

Remozada y con su torre reconstruida, pintada de azul y blanco, esta noche el templo de Esquipulas aún mantiene abiertas sus puertas. Llueve, la comunidad aún no duerme, hay preparativos en algunas casas, se sabe que mañana domingo llegará de visita el obispo católico al Templo de la Asunción de Chapultenango. A los lejos, en la oscuridad se esconde el volcán que tan cercano se ve de día. 

***

Alguien dice que la creencia religiosa aquí en estas tierras de la cultura zoque es tan grande y pareciera que justo eso es lo que demuestran los templos católicos construidos desde tiempos lejanos a orillas de un largo camino que surca la cadena de montañas del volcán Chichón en el noroeste de Chiapas. Son construcciones altas, casi todas con sus campanarios, y de gruesas paredes de piedras recogidas en los cercanos ríos y arroyos que tributan al gran Magdalena; todas son largas, aunque no muy anchas en comparación con su longitud, y a todas las une también el hecho histórico y trágico de aquella noche cuando la erupción que se prolongó por días y sepultó a comunidades y personas. En estos templos se refugiaron los pueblos que buscaron dónde salvar la vida mientras desde uno de los cerros más altos llovía piedra y arena.

En los 27 kilómetros de carretera que corre de Naranjo, Francisco León al pueblo de Chapultenango se levantan cinco templos, y desde la mañana de este domingo en el Templo y Convento de la Asunción, construido en el siglo XVI por religiosos dominicos, hay preparativos para recibir la visita del obispo católico y ese es el motivo principal por el que los otros templos, de Naranjo, Vicente Guerrero, Carmen Tonapac y Guadalupe Victoria estarán casi vacíos este día. La actividad religiosa será el cierre de la feria que ha durado días en este pueblo que lleva el mismo nombre del municipio y que tiene lleno de colores la plaza central donde continúan los juegos mecánicos y las ventas de ropa y dulces.

Es la fiesta grande, dice un hombre mientras atiende un cibercafé y cuenta que cuando la erupción del volcán la gente buscó refugio en el templo. Este es el pueblo donde se accede a un camino de terracería para llegar al volcán que se encuentra a una distancia no muy lejana. Que si afectó el volcán, sí afectó, cuenta. Si el fuego del volcán no alcanzó el pueblo, la arena, la ceniza arrojadas si lo hicieron y derribaron aquellas casas o chozas en las que vivían familias zoques. En esos días no hubo este cielo azul que se observa hoy y que se pierde en las nieblas allá a lo lejos donde se observan grises u oscuras las altas montañas. Era oscuridad. Y hoy, aquí en este pueblo de entre dos mil y tres mil habitantes, de los ocho mil que tiene como municipio, es un día soleado y mientras repican las campanas unos pájaros sobrevuelan el atrio del templo, el viento planea con mariposas que dan color y alegría y unos jóvenes se muestran contentos.

La carretera que va de Chapultenango a Naranjo viaja por toda una cañada que llega al río Magdalena, el río grande como se le dice, el río que terminó por arrasar lo que había quedado del pueblo de Francisco León a días de la erupción del volcán Chichón. De allí, la cañada continúa hacia Ostuacán pasando por donde se levanta la alta pared del Chichón que domina con su altura. Y esta mañana, pese a lo soleado del día, las nieblas no han hecho más que replegarse a las partes más altas de las montañas esperando para descender de nuevo con las lluvias de las tardes. Llenas de mujeres y hombres suben las camionetas, la ceremonia religiosa en Chapultenango es al mediodía. El Templo de Guadalupe en Guadalupe Victoria tiene entreabierta su puerta. Despliega sus casi setenta metros a la orilla de la carretera que corre casi paralelo a un río apenas separados por una fila de casas. De fachada plana y cuadrada, con una delgada cruz en lo alto, luce sola. Ha sido remozada así como los otros templos que padecieron los efectos del volcán en los últimos días de marzo y primeros días de abril de 1982.

Todo aquí era selva antes de que se construyera la carretera, y siempre ha sido camino para llegar de Naranjo o Francisco León a Chapultenango, porque antes de la erupción del volcán la gente no usaba más que bestias mulares para transportar cargas de una comunidad a otra, además de las avionetas que se usaban como transporte de Pichucalco a la zona. Eran horas de caminata de un pueblito a otro y días de un pueblo a uno más grande como Ocotepec, Copainalá. Antes, como no había carreteras, se caminaba alrededor de doce horas para llegar de Naranjo, Francisco León a Copainalá, dice un hombre, quien vivió la catástrofe natural de 1982, y luego detalla: Eran cuatro horas de camino a pie en esta carretera, Naranjo a Chapultenango, lo mismo que ir en esos tiempos a Ocotepec.Y cuando dice lo último, levanta la mano y señala en dirección a unos altos cerros para indicar que en la cumbre de esas montañas es por donde pasa el camino.

Detiene la vista, observa a esos lejanos cerros intercalados. Son parte de la cadena de montañas que conforman el arco volcánico que atraviesa Chiapas y llega a Tacaná. Hay catorce volcanes en Chiapas, de acuerdo con información de la vulcanóloga Silvia Ramos, y el Chichón y el Tacaná son los dos activos. Esto vino a cambiarnos la vida, expresa el hombre. Es uno de los que partió a vivir en otra parte del estado luego del estallido del volcán, tras sufrir meses en la condición de damnificado, dice que ha venido a visitar a unos familiares que retornaron a vivir a  su lugar de origen. Yo también quise retornar pero mi esposa no quiso, suelta, calla, levanta la vista y mira con añoranza hacia la exuberancia de la vegetación. La vulcanóloga y bióloga Silvia Ramos Hernández ha dicho que las tierras en las zonas aledañas al volcán son fértiles y por ello mucha gente retorna después de la erupción y casi todo lo que siembra produce.

Carmen Tonapac, municipio de Chapultenango, es una de las comunidades que también resultó afectada por la erupción y este mediodía da la impresión de que se quedó con aquel silencio estancado que duró días luego de que el volcán arrojó material piroclástico, porque la erupción acabó con la fauna en varios kilómetros a la redonda y mató también a hombres y mujeres que tras la primera noche confiaron en que el volcán ya se había calmado y regresaron o permanecieron en  sus comunidades. En el Templo del Carmen no hay nadie este domingo. Por ratos se oye que el viento trae voces de alguna parte, de alguna de las casas dispersas. La iglesia está junto a un domo de la cancha de basquetbol y frente a una escuela primaria cerrada. El Chichón yergue a unos kilómetros de aquí y allá arriba, desde un mirador, se ve que muestra todo su dominio bajo un cielo claro.

Cerca del río Magdalena se despliega la comunidad de Vicente Guerrero con su templo de San Vicente Ferrer. Ya parte del municipio de Francisco León, es una comunidad cercana a Naranjo, apenas distantes por unos kilómetros de carretera conectada por un puente que libra el río grande. Río de aguas frías que corren entre lisas piedras fue el que allá en la parte baja, en la zona donde existió el pueblo de Francisco León, la cabecera del municipio que lleva el mismo nombre, se encargó de desaparecer lo poco que quedaba de un antiguo templo tras quedar enterrada bajo la arena del volcán.Francisco León, que se levantaba a orillas del río, casi al pie del volcán, quedó completamente sepultada cuando la erupción. Ya es más del mediodía y una familia, aquí en Vicente Guerrero, se prepara para un convivio familiar bajo una carpa. Uno de los suyos ha sido parte de la ceremonia religiosa encabezada por el obispo en Chapultenango y aguardan su regreso para iniciar con los festejos.

No sólo aquí habrá festejos hoy. También habrá en Naranjo. El templo de esta comunidad, así como otros que se ubican en otras rutas del área afectada por el Chichón, fue uno de los que también cobijó a mucha gente. Se dice que crujían las vigas de los techos ante la caída de la arena pero resistieron, a diferencia de las estructuras de otras iglesias que se derrumbaron o quedaron bajo la arena como el de la comunidad de Esquipulas Guayabal. Casi todos los que se refugiaron entre sus paredes esa noche, al día siguiente caminaron entre las arenas hacia comunidades y pueblos lejanos. Los pocos que quedaron o retornaron, fallecieron cuando el volcán estalló de nuevo en los primeros días del abril. 43 años después la comunidad lo sigue considerando como uno de los edificios más seguros para buscar protección o refugio, fue para ella su templo de salvación.

 

 

 

Artículo anterior
Artículo siguiente
Abenamar Sánchez Pablo
Abenamar Sánchez Pablohttps://proyectonaranjo.mx
Abenamar Sánchez Pablo. Coordinador editorial de Proyecto Naranjo. Su gusto por la crónica lo ha enfocado en abordar temas diversos, incluidos sociales y medioambientales. En este espacio coopera en trabajos que tienen el objetivo de mostrar las riquezas naturales, arquitectónicas y culturales que también nos dan identidad como personas y sociedad

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Compartir en:

Subscribirme

spot_imgspot_img

Popular

RELACIONADO
Relacionado

Chiapas fortalece seguridad

Gobernador Eduardo Ramírez : El gobierno de la Nueva...

Una fama que recorre el mundo / María Patishtán

En las montañas del sur de México, el legado...

Premio a artesanas y artesanos de Chiapas

Tierra donde las culturas se distinguen por su diversidad...