Por Edgar Núñez Jiménez
Oralia Fuentes, 24 años, Honduras
Soy del lado del sur, de un pueblo de Guatemala. Recuerdo muchas cosas: a mi mamá [Llora], que la vida allá es tranquila [Suspira] y que se vive feliz, pero en pobreza. Mi papá no se supo entender con mi mamá, él tomó su rumbo y hace como unos cinco años se separaron. Yo y mi hermanita nos quedamos con mi mamá, porque mis hermanas mayores ya están casadas.
Desde los catorce años me vine a Tegucigalpa y ya me quedé allí trabajando: limpiando casas y cuidando niños y adultos mayores. En el pueblo no hay trabajo, normalmente las mujeres allí son amas de casa o lavan ropa ajena, planchan o van ayudar a señoras a hacer tortillas, cosas así.
Fue bonito cuando salí de mi pueblo porque conocí la ciudad. Lo más bonito fue que empecé a trabajar, ganar dinero y ayudar a mi mamá. El último trabajo que tuve fue de cuidar a una niña de tres años, me pagaban tres mil lempiras al mes y eso es muy poco, demasiado poco. Allí en Tegucigalpa era de las persona que no salía a fiestas, no tengo ningún vicio, trabajaba de lunes a sábado y salía los domingos en la mañana y en la tarde ya regresaba. No salía a ningún lado, ahí me la pasaba encerrada, allí dormía en la casa, allí donde cuidaba a la bebé. Sólo salía un ratito los domingos a visitar a mis hermanas y a las tres o cuatro de la tarde ya tenía que estar de nuevo adentro, no volvía a salir más.
En la ciudad también hay muchas personas malas, por ejemplo, llega uno a trabajar a lugares en donde haces tu trabajo como lo tenés que hacer y al final te tiran a la calle sin pagarte, se aprovechan de ti; me ha pasado varias veces, porque como te ven humilde te dan humillaciones, desprecios, todo eso.
En navidad fui para mi casa y vi todas las necesidades de mi mamá, la vi enferma y me enteré que mi hermanita no iba a seguir estudiando. Eso me puso mal [Se le quiebra la voz]. Por eso tomé la decisión de viajar, de aventurar, a ver qué pasaba, a ver si podía encontrar algo mejor. Quise pasar esas fechas con mi mamá, allá me estuve, pasé año nuevo y después cuando me vine al pueblo me fui a comprar el boleto del bus y salí directo. Me dije: “Me voy a lo que pase, a lo que tenga que pasar, no sé, me voy”, y así fue que me salí.
Ya no me detuve en Tegucigalpa. Sólo vine del pueblo para salir de mi país. Agarré el bus que me dejó en frontera con Guatemala y ya pude llegar hasta aquí.
En Aguascalientes, Guatemala, me quedé sin dinero porque los pasajes son súper caros, pensé hasta regresar pero no lo hice, siempre saqué fuerzas, aunque tenía que dormir en la calle y todo eso [Llora]. Allí empecé a caminar, allí empieza todo, porque empiezas a preguntarte dónde vas a comer, donde vas a dormir, allí empieza lo feo.
Al principio, cuando dije que iba salir de mi país, nunca pensé que se sufría así, yo escuchaba que muchas personas lo decían, pero hasta que lo vives en carne propia te das cuenta. Gracias a Dios allá en mi país nunca me pasó, tú sabes que siempre hay un familiar, un tío, una prima o algo así donde te puedas quedar, es tu país pues, pero ya aquí afuera no tienes a nadie.
Yo entré a México por La Mesilla. Y apenas entrando sufre uno mucho abuso de autoridad: te empiezan a exigir dinero que no tenés de donde sacar, si te vas a subir a un bus aparte del pasaje te sacan más dinero –que dizque si los para la policía para que lleguen a un acuerdo– y te lo sacan todo, absolutamente todo. Eso sí sufrí, pero otra cosa gracias a Dios no, nunca vi a alguien molestando a alguna mujer, o golpeándola. No, no he visto nada de eso, porque sino fuera más traumante para mí, porque viéndolo ya me podría imaginar que eso me podría pasar a mí, pero gracias a Dios no he visto nada de eso.
De La Mesilla para Tuxtla tomé los buses que me cobraban más barato y en otras partes caminé para ahorrar, cortando camino, escondiéndome de la policía. Sentí miedo a veces de todo, porque las mujeres estamos más propensas a cualquier cosa en este tipo de camino, miedo a una violación o a un secuestro.
El plan es llegar a los Estados Unidos, pero el problema es cómo hacerlo. Si tienes un familiar que te ayude sí lo puedes lograr, pero de lo contrario no. Entonces estoy viendo eso, si algunos familiares me pueden ayudar o echar la mano, sino me voy a quedar aquí, buscaré un trabajo porque no me puedo quedar aquí haciendo nada, sólo estando por pasear no se puede. Y sí, quiero regresar a mi país, por supuesto, todo mundo quiere regresar porque ahí dejas todo.
Salí de mi país por la delincuencia, la inseguridad y también para darle una vida mejor a mi familia. Yo no tengo hijos, sólo mi mamá y mi hermana pequeña.
Ahorita mi mamá está con medicamento y bastante enferma de una bacteria en el estómago. Quedó enferma [Llora] y no sabe que me vine. Y no he tenido el valor para llamarle, para decirle donde estoy [Llora]. Cuando vivía en Tegucigalpa sí tenía comunicación con ella, no podía llamarle todos los días por la cuestión del dinero pero, al menos dos veces a la semana, hablaba con ella.
Mi mamá seguramente ya sabe que ando aquí porque mis hermanas ya le habrán comentado, porque ellas sí saben. A mi mamá no le quise decir porque se podía poner mal, era un golpe duro que le iba a dar, por eso no le dije nada [Solloza]. En estos días voy a tratar de hablar con ella para decírselo [Llora] pero no tengo fuerzas para hacerlo. No sé cómo hacerlo. Por eso no lo he querido hacer, no tengo el valor, no puedo hacerlo. Mi mamá es todo para mí, por ella soy la mujer que soy [Suspira], de ella tengo presente en mi cabeza la mujer fuerte que es, lo luchadora que ella es y siempre me digo: “Si ella ha podido hacerlo ¿por qué yo no?” Y entonces con eso me he mantenido firme, sacando fortaleza.
Yo siempre he dicho que hay muchas personas que lo tienen todo en la vida y no lo saben valorar, ¿por qué esas personas que no valoran todo lo que tienen, lo tienen todo y otros no tienen nada? Yo sé que no es correcto, pero eso siempre se lo he recriminado a Dios [Llora] siempre se lo he preguntado, que por qué las personas que no lo necesitan tienen oportunidad y tienen acceso a todo y que por qué uno no, eso nunca lo he entendido.
¿Que si soy feliz? No sé, no sabría decirte.
Édgar Núñez Jiménez (2024). Esporas. Tifón Editorial. México.


