Yolotzin Melgar o la palabra como sanación

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Édgar Núñez Jiménez

¿Te has preguntado alguna vez a qué huele tu corazón? ¿Has sentido su aroma, a través del latido en tu pecho? Yolotzin Melgar, bruja por naturaleza, ha buceado dentro de sí –en sus abismos interiores– para encontrar las palabras exactas y decirnos, desde una visión directa y genuina, los olores de alacena que le recuerdan al suyo.

En su nuevo libro Corazón a menta lavanda (Soconusco Emergente, 2025), Melgar no se separa de esa línea que emprendió en su primer libro de poemas, Oda a mis abuelas (Soconusco Emergente, 2023), y mantiene el frágil equilibrio entre un lenguaje sencillo acompañado de imágenes precisas y cotidianas. La diferencia estriba en que Oda a mis abuelas está construido de manera total en el lenguaje poético –lo que lo vuelve una obra más compacta, redonda y acabada– y Corazón a menta lavanda se fractura para que poesía y cuento compartan el mismo espacio. La fuerza expresiva que la autora logró en Oda a mis abuelas se vuelve en Corazón a menta lavanda –sobre todo en la tercera parte–, en pura experimentación de forma, timidez en el acercamiento a la narrativa, búsqueda y lucha por entrar en otros discursos.

Lo que une a ambos libros, sin duda, es la resignificación de la palabra como vehículo o puente terapéutico. Tanatóloga de profesión, Yolotzin Melgar conoce el lenguaje de las emociones, por lo que toma a la palabra, o más bien, aquello que se dice o intenta decir, como una posible tabla de salvación o puerta de salida que la lleve a un espacio nuevo, para poder ver todo desde otro lugar.

No es gratuito, entonces, ver el desdoblamiento del yo lírico en un proceso de sanación –de autosanación para ser más precisos– en el que la poeta recuerda, con un halo de nostalgia, su infancia como un lugar de descubrimiento y de colisión: allí donde conoció los atisbos de la ternura, pero también una especie de rasgadura al entrar en contacto con el mundo. En Oda a mis abuelas, Melgar se vincula con lo matriarcal e intenta buscar el modo y la forma de nombrar eso que anhela decir y que no solo le pertenece a ella, sino a toda una generación de mujeres silenciadas.

En Corazón a menta lavanda, en cambio, Melgar se desdobla para buscar la sanación en el otro, en el reflejo; de allí que el último apartado del libro, construido por cinco relatos, tenga que ver con vivencias externas a ella y complejos procesos de duelo. Podría decirse, sin exagerar o sin ser tan ambiciosos, que las primeras dos partes de Corazón a menta lavanda, bien lo pudo haber interpretado la cantante nacida en Albacete, España, Rozalen; varios de los versos del libro recuerdan a esa voz nostálgica, llena de spleen, que dice en los últimos minutos de “Entonces”: “a romero, a tomillo y a lavanda, así huele mi infancia”.

Sanar, sonar, soñar a través de la palabra, es la invitación que ambos libros de Melgar proponen, a través de una escritura que, sin duda, va en miras de encontrar una madurez sustancial.

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