De encuentros y geografías desde el corazón

Fecha:

“Para mí, México es como un gran museo. A donde vayas –el Centro histórico, el Metro, la UNAM– todo me parece un museo maravilloso”
“Me voy encantada con la buena onda de los mexicanos”
“Tienes que entender que nosotros no tenemos mar, entonces cuando visitamos un país nos gusta ir a sus playas”
“Mi infancia fue construida, en parte, por el Chavo del Ocho”.
“Él es Héctor, viene de Chihuahua y tiene dos perros chihuahua”

Son tan sólo algunas de las frases que me dijeron la semana pasada mis colegas de América Latina y el Caribe. Y es que, como cada dos años, se realizó un encuentro que permite a las geógrafas y geógrafos de la región compartir sus trabajos, debatir y reflexionar en torno a los problemas de la región, intercambiar experiencias, formar redes, conocer amigos y lugares inesperados, entre muchas otras cosas. Esta fue la veinteava edición del evento y segunda en la que participo. La organización corrió a cargo de la UNAM y no decepcionó.

El XX Encuentro de Geografías de América Latina y el Caribe (EGALC) se llevó a cabo del 16 al 20 de junio de 2025 en la Facultad de Filosofía y Letras, en el campus Ciudad Universitaria de la Ciudad de México. Incluyó, en los días previos, visitas a Teotihuacán y a Xochimilco, y el fin de semana posterior a Taxco, Guerrero y a Mineral del Chico, Hidalgo. Además, se realizaron recorridos guiados por ese monumento artístico y patrimonio mundial de la UNESCO que es el maravilloso campus central de Ciudad Universitaria. También visitamos los laboratorios, bibliotecas y mapotecas del Instituto de Geografía y el espectacular Universum.

Hace algunos años, mi amigo ruso Maxim, cuando supo que yo estudiaba el doctorado en geografía, me cuestionó el por qué estudiar eso “si ya todo estaba explorado y descubierto actualmente”. Su pregunta me desconcertó, sobre todo porque venía de alguien que era nativo de un país que, para ese momento, ya no existía como tal. Él había nacido en la Unión Soviética, un estado socialista que en 1991 se disolvió para dar paso a múltiples países que ya no compartirían el mismo sistema económico, político y, por supuesto, tendrían otros límites territoriales. Pero Maxim se había quedado con la idea de una geografía clásica que solo servía para los fines imperialistas y extractivistas de las potencias dominantes. Para el caso ruso, una geografía muy funcional para la política de apropiación de “tierras vírgenes” por parte del Estado.

El cuestionamiento de mi amigo, que estudiaba el doctorado en matemáticas en la misma institución que yo, me hizo pensar también en el caso del Mar de Aral. Esa laguna salada endorreica, o mar interior, ubicado en Asia Central y que prácticamente ha desaparecido después de haber sido uno de los más grandes del mundo. Considerada una de las mayores tragedias ambientales y humanitarias de la historia, provocada por las políticas para la producción de algodón de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en los años sesenta, no se ha podido resolver por la falta de acuerdo y voluntad política entre los involucrados: Kazajistán y Uzbekistán –países limítrofes con mar de Aral– y Kirguistán y Tayikistán –por donde fluyen los ríos que alimentaban el lago–.

Actualmente, se estudia este lamentable caso desde la perspectiva de la geografía humana, enfatizando la importancia del manejo sustentable del agua, la cooperación regional y la participación comunitaria activa, mediante una educación ambiental que promueva la resiliencia y la sostenibilidad. Tristemente, en nuestra región latinoamericana, los geógrafos tenemos muchos ejemplos para entender cómo el extractivismo (en nuestro caso, capitalista) depreda irremediablemente ricos y diversos sistemas socio-ecológicos en el marco de consabidas relaciones sociales de producción y poder. El problema nuestro no es ahora, quizá, en la producción de algodón: sino que, aparte de los llamados agronegocios, queremos participar en la llamada transición energética como proveedores de litio y cobre, o la materia prima que sea para la potencia emergente en turno.

Pero volviendo a los cuestionamientos sobre mis estudios en geografía, mis amigos mexicanos no eran tan profundos. Ellos se limitaban a gastarme, la no muy original broma, sobre si ahora que era doctor en geografía conocería por nombre todas las capitales o ríos del planeta. Esto, para mí, dejaba entrever la larga tradición en la enseñanza memorística de la geografía en México. Textos como el Catecismo de Geografía universal para el uso de los establecimientos de instrucción pública de México, de Juan Nepomuceno Almonte, o el Catecismo elemental de Geografía universal, de José María Roa Bárcena, se memorizaron en las escuelas de igual manera que los catecismos religiosos durante buena parte del siglo XIX. Tal manera de enseñar, privilegiando la mnemotecnia, continuaría hasta días mucho más cercanos a los nuestros.

En el México del siglo XXI, la geografía se establece, por mandato del Artículo 3º Constitucional, como uno de los conocimientos científicos que se deben incluir en los planes y programas y estudios en las escuelas del país. Sin embargo, la llamada Nueva escuela mexicana invita a los estudiantes a ir más allá de la memorización. La reflexión en torno a la manera en que las condiciones geográficas influyeron en la vida de los pueblos originarios y cómo éstos han contribuido a la conservación del patrimonio natural y cultural de México, por ejemplo, es una forma de detonar el pensamiento crítico desde la educación primaria. Como decía el gran geógrafo brasileño Milton Santos, “le toca a la geografía estudiar y exponer cómo el uso consciente del espacio puede ser un vehículo para la restauración del hombre en su dignidad”.

Esto es justamente lo que se pretendió en el EGALC la semana pasada. Los más de 540 autores provenientes de diversos países de América Latina y el Caribe, agrupados en 86 sesiones, reflexionaron en torno a pertinentes temáticas como: Geografía Urbana, Metropolización y Gentrificación; Medio Ambiente, Cambio Climático y Recursos Naturales; Educación Geográfica y Enseñanza; Cartografía, Tecnologías Geoespaciales y SIG; Geografía del Género, Feminismos y Disidencias; Geopolítica, Conflictos y Territorialidades; Territorio, Cultura, Patrimonio y Paisaje; Espacios Rurales, Seguridad Alimentaria y Agricultura; Teoría, Epistemologías y Pensamiento Geográfico; Riesgos, Vulnerabilidad y Resiliencia; y Geografía de la Salud.

En los setenta, el geógrafo francés Yves Lacoste, en su célebre ensayo La geografía, un arma para la guerra, hacía una virulenta crítica hacia la geografía al servicio del poder del Estado e invitaba a una reflexión epistemológica por parte de los geógrafos para construir una disciplina más comprometida con la sociedad. Para los geógrafos latinoamericanos como Carlos Walter Porto-Goncalves y muchos otros, ese compromiso ya era un hecho al situarse en la perspectiva de los grupos/clases sociales/etnias/pueblos/nacionalidades productoras de territorios de vida pero subalternos al sistema-mundo capitalista, moderno, colonial patriarcal. En 2025, desde el EGALC, las geógrafas y geógrafos nos seguimos pronunciando por una geografía que cuestione de raíz las estructuras de poder, opresión y desigualdad, que no guarde silencio frente a las injusticias como la ocupación de Palestina, la devastación en Congo, las fronteras que matan o la necropolítica de los Estados neoconservadores. Una geografía profundamente crítica, feminista y anticolonial que nazca desde abajo y se pronuncie y movilice por la vida.

En el idioma francés de Lacoste, aprender de memoria, se dice literalmente “aprender de corazón”; esto, probablemente, en resonancia con la tradición griega de que el corazón era la sede de la inteligencia, la memoria y la razón. La ciencia occidental apenas ahora confirma que el corazón efectivamente tiene cerebro. Las culturas prehispánicas siempre lo han tenido claro. En la lengua náhuatl, don Miguel León Portilla nos dice que yóllotl (corazón) se asocia a las facultades cognoscitivas, volitivas y creativas, pero también a sentimientos como los de ser comprensivo, dolerse del mal ajeno, ser generoso, enfadarse, actuar con cuidado, con valentía, tener ánimo, obrar con buena gana y ser fiel. Siguiendo esta perspectiva mesoamericana, desde Nuestra América, la geografía debe hacerse, sentipensarse, enseñarse y aprenderse de memoria, pero desde la memoria del corazón.
Yóllotl, el corazón, la esencia o fuerza de la vida.

Héctor José Martínez Arboleya es geógrafo, profesor universitario, y sí, tiene dos perritas chihuahua.

Héctor José Martínez Arboleya
Héctor José Martínez Arboleya
Geógrafo, profesor universitario, y sí, tiene dos perritas chihuahua.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Compartir en:

Subscribirme

spot_imgspot_img

Popular

RELACIONADO
Relacionado

Chiapas fortalece seguridad

Gobernador Eduardo Ramírez : El gobierno de la Nueva...

Una fama que recorre el mundo / María Patishtán

En las montañas del sur de México, el legado...

Premio a artesanas y artesanos de Chiapas

Tierra donde las culturas se distinguen por su diversidad...