Por Christian González Arreola
Para algunos, el “infierno” comienza al cruzar la selva del Darién, entre Panamá y Colombia; para otros, la pesadilla los alcanza en la línea divisoria entre México y Guatemala. La mayoría de las veces son despojados de la poca “plata” que reunieron para alcanzar el anhelado “sueño americano”.
Nadie se salva, pero según algunos activistas locales el “grueso” de los migrantes cubanos es el menos molestado; la mayor parte “trae plata” hasta para hospedarse en buenos hoteles y recibir sus documentos en días o escasas horas y “volverse legales”.
Los riesgos: violencia sexual, amenazas, extorsión, accidentes carreteros o ahogarse en el río Suchiate (en los límites de México con Guatemala) o ser retenidos hasta pagar para su libertad.
La espera para un trámite, sobre todo para migrantes del Centro y Sudamérica, es otra piedra en el zapato. Muchos esperan meses, o incluso más del año, la “visa humanitaria”; otros continúan el camino sin acudir ante esa instancia o a la COMAR para evitar padecer el burocratismo.
En alguna de las rutas, no llega a faltar el chofer que cobra desde cientos o hasta miles de pesos por trasladarlos unos kilómetros, o de un municipio a otro. “Para nosotros es difícil ser migrantes, aquí no valemos nada, somos invisibles, como fantasmas”, es una de las frases más comunes entre quienes toman esta ruta para llegar a los Estados Unidos.








