Cañón del Sumidero

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una maravilla hecha por la naturaleza

Camila dejó casa y ciudad y se vino a conocer el Cañón del Sumidero. Y lo dice aquí esta tarde de viernes, a mil metros de altura sobre el río Grijalva, con el gran acantilado a sus espaldas, con ese dejo de alegría de alguien que no esconde lo satisfecha que está por haber viajado de la Ciudad de México a Chiapas para conocer una de las maravillas naturales del país. Y pareciera que hasta el propio viento de la alturas reafirma con sus murmullos desde los árboles, desde las ramas cercanas esa alegría.

El mirador Los Chiapas del Parque Nacional Cañón del Sumidero, a 18 kilómetros de carretera serpenteante y ascendente desde el norte oriente de Tuxtla Gutiérrez, la capital de Chiapas, recibe una hora antes de caer la noche la visita del más nutrido de los grupos que ha venido a concluir al mirador más alto su recorrido al área natural, y apenas llegan algunos, pues son 16 personas en total, se apuran hacia los límites de la plataforma para disfrutar la vista de una lancha que allá en el fondo resbala a velocidad en las aguas del río Grijalva sin más huellas que su ruido del motor y su efímera estela de agua rota, sus únicas compañías ante las imponentes paredes obras de la misma naturaleza.

De color platino se observan desde estas alturas en su extensión las aguas del río Grijalva que a lo largo de los 30 kilómetros del Cañón del Sumidero conforman el embalse de la presa Chicoasén, mientras el sol cierra la tarde con sus coloridos destellos ya sea sobre el agua, sobre la altas paredes, sobre la verde naturaleza de la que hacen parte cientos de especies de flora y fauna como el cocodrilo de río, como el mono araña, el águila pescadora y la diversidad de mariposas que revolotean posando aquí y allá con sus colores.

–Es la primera vez que vengo a Chiapas y mis impresiones son muy buenas – dice Camila. Tenía muchas ganas de venir aquí desde hace rato. Me gustó mucho recorrerlo en lancha y luego venir aquí. Es una experiencia completa en ese sentido.

El viento juega con las palabras de la joven, la acentúa o la atenúa, así como también crece y decrece su propio sonido o rumor que emerge de lo profundo o llega bordeando las altas paredes silbando entre las ramas. “Fascina este paisaje”, expresa Javier, también joven y también de la Ciudad de México. Dice que estas alturas le dan tranquilidad y le despejan la mente para contemplar la naturaleza. Lo había visto en fotos, lo había visto en videos, pero este lugar vale mucho la pena visitarlo, se sincera. También es la primera vez que viene y estar aquí no es lo mismo que verlo sólo en fotografías.

 

El Cañón del Sumidero es una falla geológica que atraviesa un Parque Nacional de 28 mil hectáreas, del mismo nombre, distribuidas en selvas alta, mediana y baja con una diversidad de especies de vegetación y árboles como el pino y el encino que conforme cae la tarde este viernes se revisten de sombras cual señal para las visitas de que es hora de marcharse, pues el sol ha ido perdiendo fuerza ante la presencia de más nubes grises y oscuras y la caída de niebla sobre el Cañón.

José Luis Salazar aborda el automóvil que lo ha traído a este mirador más alto. Dice que hace unos 15 años visitó por primera vez el Cañón del Sumidero. Lo hizo de nuevo hace siete años, y esta vez que está de vacaciones en el trabajo, no desaprovechó la oportunidad de viajar a Chiapas para encontrarse de nuevo con el Cañón.  Afirma que es un placer visitar esta maravilla que no lo hizo la mano del hombre sino la propia naturaleza. Y lo mismo han hecho Miriam y Margarita; también han abordado la unidad móvil. Se marchan. Una lleva cinco veces visitando el Cañón y la otra tres. Hicieron primero un recorrido en lancha, donde pasaron a admirar una pared donde la conjunción de la vegetación y el agua trazan las formas de un árbol de navidad.

Dos o tres personas quedan en el lugar. No pasa mucho tiempo y también parten. Poco a poco la oscuridad se torna intensa en lo hondo del acantilado, negra bruma recubre el velo platinado del Grijalva. Como si notara la ausencia de mayor presencia humana, el viento abandona el rumor, el siseo en las hojas, sube dando tumbos desde lo más bajo de las paredes, como si embraveciera con la noche misma. El sol se pierde con su último destello tras el horizonte y el Cañón del Sumidero descansa su majestuosidad en la noche.

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